Por Luis Lazzaro*
En uno de sus múltiples trabajos sobre la ética en la ciencia, el filósofo y epistemólogo argentino-canadiense Mario Bunge acuñó el término “analetheia”, para describir un mundo en el que las personas dejan de creer en la posibilidad, y mucho menos en la deseabilidad, de la verdad. Usó para ello la expresión griega aletheia (verdad) y caracterizó como analethicos a quienes prescinden de la verdad y viven aferrados al dato pasajero, ajenos a cualquier estatuto de verificación o reflexión ética.
La distopía de Bunge (1919-2020) adquiere un renovado significado en el mundo de las constelaciones algorítmicas que gobiernan la subjetividad de nuestra vida y el vasto territorio de las representaciones, donde el neoliberalismo construye “la” verdad, apalancado en la hegemonía económica y la imposición tecnológica. En esa mesa cibernética, lo político aparece apenas como un breve fragmento de época, cruzado por sesgos y estigmatizaciones que cancelan la posibilidad de empoderar un sujeto social capaz de intervenir con sentido crítico y reflexivo. Peor aún, ni siquiera se percibe en esos ciudadanos el deseo de producir un pensamiento propio.
En Analetheia, dice Bunge, “nadie busca verdades, porque sus habitantes creen que ninguna será hallada. Consecuentemente, en esa tierra todos son ignorantes de todo, excepto por supuesto de la máxima No hay verdad. Nadie somete ningún valor a una discusión racional, porque las personas no comparten ninguna premisa considerada como verdadera. (…) Nadie confía en nadie más, porque no hay razón para creer que alguien podría o debería proveer información veraz. Y nadie toma decisiones bien fundadas, porque no hay reglas prácticas basadas en generalizaciones verdaderas”. Es, en efecto, la tierra fértil para el individualismo neoliberal.
La verdad que queda, entonces, es la voz de facto. Como decía Foucault hace tiempo: es el poder el que produce la verdad. Hoy, el ecosistema tecno-mediático y los mercados financieros se asocian con el neo-nacionalismo para anular el contrato de convivencia global post Segunda Guerra Mundial a fin de sustituirlo por un capitalismo predador que reedita las prácticas discriminatorias y los estigmas sociales de la Europa pre nazi. El núcleo del discurso belicista que hoy gobierna las relaciones internacionales está sostenido sobre anacronismos, falacias y demonizaciones que, en muchos casos, son internalizados o negados por las propias víctimas. Una especie de “realismo” que invita a naturalizar una vida dolorosa, sin bienestar ni derechos.
La deserción de los hombres de ciencia a manos del uso inescrupuloso de la tecnología estaba en el centro de las preocupaciones de Bunge. En la actualidad se trata del reemplazo de los valores del bien común de la investigación científica por un tecno capitalismo que pone en riesgo la paz global. Analetheia puede aplicarse a los efectos de la ruptura cognitiva que el despliegue de plataformas digitales, las redes sociales y la inteligencia artificial están produciendo en millones de usuarios a escala global. Interpela a la razón tecnocrática o instrumental que avanza sin moral ninguna sobre el planeta, empujada por un nuevo modelo de producción que solo entiende las razones de la productividad, la renta y el poder geopolítico. Es también el territorio de lo que Eric Sadin (2024) denomina el “capitalismo lingüístico”, necesario para el saqueo material.
En suma, la no verdad, o la renuncia a la reflexión sobre la verdad, supone una claudicación del humanismo real a manos de su duplicado digital. Esa humanidad paralela desmaterializada es el ámbito de construcción de las “verdades algorítmicas” de las que habla Sadin. Un nuevo régimen de verdad donde la información procesada por algoritmos determina qué consideramos relevante, confiable o verdadero en nuestra vida cotidiana. Es el “asesinato de la realidad a manos de su doble” como lo denunciaba en 2006 Jean Baudrillard en El crimen perfecto, al evidenciar la prevalencia tecno- mediática en la construcción de escenarios de sentido.
Lo cierto es que el mundo fabuloso que predijeron en nombre del futuro es una enorme estafa. Una cortina digital que esconde, bajo su lógica criptografiada, la más regresiva distribución de riqueza y bienestar que se haya conocido en la historia. Una civilización cibernética basada en un pos humanismo, ciego a las guerras, indiferente al drama social, al hambre y el destierro de millones de seres humanos. Nada es lo que parece. No hay un genocidio en Gaza. Trump merece el Nobel de la Paz. En África, el hambre no está por matar a 150 millones de personas. Estados Unidos combate con una flota naval en el Caribe a narcotraficantes que no financian en Argentina al gobierno de Javier Milei. Fuerzas militares desbaratan una sublevación terrorista que defiende a inmigrantes en Chicago. Nueva York cae en manos del comunismo de la mano de un musulmán nacido en Uganda. La libertad es el mercado. No hay control de cambios ni inflación reprimida. La cripto Libra no es una estafa. Dale que va, como dice el tango.
Bunge cuestiona la tecnocracia, porque “hay hechos morales” que afectan el bienestar de los otros. El científico argentino, que conoció la cárcel en tiempos de Onganía, sostiene que “el hambre, la violencia física, la opresión política, el desempleo involuntario, la agresión militar y la privación cultural forzada son hechos morales”. Entonces -completa- “están sus contrapartes: el alivio del hambre, la resolución de conflictos, la participación política, la creación del trabajo, la pacificación y la difusión cultural.”
En Analetheia la belleza y la verdad dejarían de situarse en el ojo que mira la realidad. Estarían afuera. Sería una sociedad indisciplinada, porque estaría privada de ciencia y tecnología, así como de moral y de leyes. Por el contrario -sostiene el filósofo- y pese al predicamento de los utilitarios y neoliberales, “el altruismo recíproco tiene firmes bases en la ciencia social. Es más, es propicio para la justicia y la cohesión social, y de este modo tanto para la armonía social como para el progreso.”
La ciencia aparece, entonces, como fuente de la verdad. Como el arma necesaria para no bajar los brazos ante la prepotencia del tecno-neo-libertarismo, que propone un mundo sin reglas. Aletehia puede existir, de todos modos, si se organizan el altruismo recíproco y la razón de la ciencia en torno a un proyecto común de justicia social. El primer paso consiste en el deseo de descubrir las mentiras y pensar sin muletas.
*Periodista, docente universitario de Derecho de la Comunicación. Magister en Educación, Lenguajes y Medios.


Muy buena nota.
Muchas gracias. Saludos.
Excelente , veraz y claro lo publicado .Doloroso por la realidad misma y para un gran número de perdonas que soñamos con un hombre futuro diferente ,en una sociedad altruista donde prime el pensamiento crítico y con una distribución más equitativa y justa
Gracias, Ana Silvia. La nota de Luis Lazzaro explica muy bien, en cierta forma, lo complejo que es mantener esos anhelos que expresa tu mensaje. Saludos.